martes, 28 de junio de 2016

LA INFLUENCIA PSICOLÓGICA EN EL TREN Y EN LOS ESFÍNTERES. M.R.A. Una de Atletismo.

     Se dice que se puede correr con cabeza o con el corazón. La predominancia de uno u otro factor no es lo más importante pues ambos elementos deben compartir el esfuerzo.
 
     Habría quien podría decir que lo suyo es correr con las piernas y tampoco le faltaría la razón. De seguro, le asistiría plenamente.
 
     La discrepancia surge cuando el tiempo de entrenamiento apremia y resulta una necesidad; cuando buscar el máximo rendimiento con mínimo esfuerzo se convierte en un objetivo ineludible.
 
     Sin desdeñar la importancia de las características físicas, la forma y el pleno condicionamiento del cuerpo; la aptitud y la actitud, el talento y la psique, se revelan y rebelan para elevar a la máxima potencia posible la energía transformada, la fuerza y el "tren".

 

     Resulta lo más básico en las fases de inicio en las carreras de fondo de la disciplina atlética, buscar una motivación para correr, entrenar y competir (salud, autoestima, relacionarse sin llegar a la "metrosexualidad"...), porque hay que sacar tiempo para hacerlo dos horas o dos horas y media desde la última comida, para calentar y para estirar -momentos estos los que podemos afianzar nuestras categorías mentales- y de esta manera aprovechar, incluso antes de empezar con series, técnicas de carrera o ejercicios anaeróbicos, para pulir el "tren" a nuestro antojo y convertir el monótono, abstraído e incluso aburrido y desgastador golpeteo contra el suelo, para cambiar ritmos y concentrarse en la principal causa del reconocimiento de "fondista"; el control del esfínter.

 

Dado en sede virtual el 28 de junio de 2.016

Actualización: Dos (II)

JORNADA GLORIOSA

Los chicos estaban impacientes por que terminara la clase de Religión. Deseaban meterle mano al baúl cerrado que desde el año pasado se guardaba y que fue el trofeo magnífico a la formidable carrera que había realizado Pedro. Ningún maestro del Colegio sabía que contenía, aunque todo el mundo se lo imaginaba.

 

El reparto de camisetas verde olivo era el culmen de la preparación física y técnica que había ocupado las tardes de 2 meses atrás y la antesala del gran evento: La competición.

 

Todas las pruebas estaban asignadas y todo preparado.

 

Como una premonición de lo que iba a pasar, Juan Carlos y José, el pentatleta, fallaron en la cita con el autobús. Su salud o su estado de ánimo, o ambos, que muchas veces van juntos, no les permitieron levantarse aquella jornada de Sábado. Dos menos y no habían llegado al Estadio.

 

Con las camisetas verdes de tirantes en el Estadio a las 8:00 de la mañana de un día frío de primavera hacía “una rasca” que a todos les “charrasqueaban” los dientes. Pero la tiritera fue monumental, cuando empezaron a sonar aquellos altavoces tan altos como estruendosos; ni Grecia.

 

D. Manuel, que así se llamaba el maestro -hoy entrenador- intentaba calmar los ánimos ocupándose de la burocracia que antecede a estos acontecimientos: acreditaciones, programa, etc.; si les hubieran hecho el “antidoping” hubieran reventado la adrenalina. A las 8:00 de la mañana.

 

Les dijo los horarios de participación, y como para vencer el miedo, cara al resto, esto es, para disimular lo evidente, todos se congratularon de su suerte, aunque más sinceramente, los que actuaban más tarde.

 

Empezarían las pruebas de 80 m. “lisos” y salto de altura, lo cual dicho “a bote pronto”, casi provocó la caída de chandal, de los temblores de piernas que involuntariamente acometieron a los correspondientes. Menos mal que habría un tiempo de desayuno hasta las 9:00 en que daría lugar su comienzo. Así que el no poder desayunar por la cercanía de la prueba les pareció un mal menor que los demás no supieron comprender.

 

Ya había empezado el calentamiento de altura cuando llegaron de nuevo al recinto; Juanjo, el representante del equipo, no dejaba de mirar a sus contrincantes, todos dos cuartas más altos que él. Prefería mirarlos a ellos antes que la altura de calentamiento del listón: 10 cm. superior a su récord absoluto “de todos los tiempos”; sus compañeros mientras, en su interior, y sin que mediara palabra alguna se empeñaban en darle la vuelta al refrán: “el que mal empieza…”

 

El silencio del grupo fue deshecho con el estruendo de los altavoces, que reclamaban a Salva en la pista para preparar el comienzo de las series de 80 m. lisos. Era una de las bazas fuertes, como también fuerte fue la caída que nada más salir de tacos lo llevo al suelo barriendo la pista con la cara y la rodilla. Quien lo iba a decir de Salva: en una carrera de 80 metros, no logró llegar al décimo.

 

Todos se lamentaron porque en verdad el nivel observado no era muy bueno; tan bajo que el segundo velocista que había, hacía albergar fundadas esperanzas, seguro de clasificación y quien sabe si de medalla. Pero la fatalidad estaba en aquella mañana y quiso que ninguno de los representantes del equipo en la modalidad más corta de las carreras acabara la misma y un “tirón” se adueño del pánico generalizado en la expedición, inclusive del trainer que veía desfigurado totalmente el equipo de relevos.

 

Pero la concentración no estaba todavía rota. Aunque se perdió un saltador de longitud con la lesión de Salva, Paco, el de los 1.000 m., acabó su concurso sano y salvo, igual que Juanjo el de altura.

 

A las 11:00 de la mañana la cosecha de éxitos era un salto válido inferior a 3 metros y cuatro atletas “fuera de la competición”.

 

Ojalá se hubiera quedado ahí.

 

La prueba que todos habíamos desechado en primer lugar por el miedo que nos infundía durante las preparaciones previas, era la siguiente: los 110 metros vallas. Un rosario de obstáculos empezaba a poblar la recta final. Era bonito verlo, no para tener que saltarlos; la altura era la misma que la de los entrenamientos. Todos compadecieron al librador de obstáculos que se encontró el primero cuando se le cayó encima la orden de D. Manuel de elegirlo vallista contra su voluntad. Sin embargo, él guardaba la calma y todos reconocieron su valor cuando, con toda tranquilidad, veía un tanto indiferente, que las vallas se empezaban a subir más.

 

El resto del equipo se preguntaba y expresamente lo hizo D. Manuel si iba a correr, y hacia sus adentros, cuántas vallas de aquellos diez molinos de viento iba a saltar. Y en un santiamén saltó la primera, la segunda y la tercera y en la quinta sólo le quedaban cuatro contrincantes, pues tres se habían retirado; y en la novena iba el primero. Iban a acabar algo dignamente; iban a ganar las vallas, la prueba más cruel.

 

Pero aquello no podía ser; la décima los tiró a todos al suelo de nuevo, aunque sólo a Joaquín le rompió un brazo. De haber ganado aquella carrera, ya a todos les hubiera sobrado. D. Manuel se fue al hospital y no volvió hasta el final.

 

Desamparados, los escolares se preguntaban que más les podía ocurrir. La mediocridad reinó en los lanzamientos; pero al menos se acabó sin lastimación alguna. Ese parecía ser el objetivo de los que quedaban por participar.

 

Quien iba a decir que la gloria, que está presente en todo equipo de atletismo iba a venir de la larga distancia. Mariano, era bajito y cabezón y nadie apostaba un duro por él; encaraba el último en la recta final; estaba más rojo que un tomate, despeinado y sudando por los cuatro costados. La cadencia del ritmo que marcaba iba “in crescendo” en la última curva y como un imán empezó a concentrar las atenciones de todo el público.

 

Como si su fuerza se nutriera de las miradas, contra más gente miraba, mayor era su velocidad y al llegar a la recta también se concentró en él la rabia del “sprint” de aquellos compañeros que no habían podido terminar su carrera.

 

Parece que todo el mundo pensó igual: le quedaban 80 metros y se iba a desfondar, desfallecería y si no caía al suelo iba a ser el hazmerreír de todos. Cual ejército derrotado sus compañeros no querían ni mirar: lo peor de todo, la deshonra, estaba por llegar. Lo conocían y sabían que no podría, no ya soportar el aumento del ritmo, sino mantener aquel que había alcanzado, impropio de la larga distancia.


Entonces vino lo increíble -un recuerdo para toda la vida de todos los presentes- el batir de una palmada dio lugar a una zancada superior, que desencadenó más miradas y más palmadas. De haberlo cronometrado, es posible que en los metros finales batiera el récord del mundo de velocidad, entre el jaleo y los gritos de ánimo de jueces, asistentes y participantes. En aquel reconocimiento cerrado en la última recta estuvo su gloria, la gloria del equipo y la mayor gloria que vivió el estadio olímpico en toda la jornada.  


En sede virtual a 3 de mayo de 2.025.

 

 
 

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